187
años atrás Bolivia declara su emancipación del yugo español bajo “la paternal
asistencia del Hacedor santo del orbe, y tranquila en lo íntimo de su
conciencia por la buena fe, detención, moderación, justicia y profundas
meditaciones”. Así reza el Acta de la Independencia del 6 de agosto de 1825. Se puso
fin a siglos de dominación de un poder “injusto, opresor y miserable”.
El
fervor patrio nos mueve a hacer algunas reflexiones sobre el presente que nos
toca vivir 187 años después de esa gesta histórica por hombres que derramando
su sangre vislumbraron una patria libre, justa y feliz para las generaciones
venideras.
Y
es que el presente que ahora atraviesa la “Hija Predilecta” del Libertador
Simón Bolívar está lleno de acertijos e incertidumbres. Es un presente del que
se sienten parte solamente los que adoran a la Pachamama o siembran
coca, sobre los cuales prevalece –al amparo de la cúpula dominante– una casta
de intelectuales brillantes que siempre se pusieron al servicio del gobernante
de turno, sea de izquierda o de derecha, sea fascista o populista. Es una casta
a la que se le ha asignado la misión de diseñar el futuro de la Patria , porque a fin de
cuentas los movimientos sociales, con sus limitaciones históricas, acaban
cumpliendo nomás al papel que siempre tuvieron, gritar “jallallas” y
multiplicar banderas, loas y aplausos, con la diferencia de que ahora ellos se
identifican con el rey que les gobierna. Finalmente ellos se sienten
“liberados” después de 500 años de colonialismo.
“A
esta mi tierra querida, la del color tricolor, le entrego toda mi vida, mis
sueños y mis ilusiones”, dice la prosa de una cueca conocida. Nunca tan cierto
para aquellos bolivianos y bolivianas que se entregan en cuerpo y alma en sus
distintos oficios, rubros y saberes en la construcción de una nación nueva.
Sin embargo, hay una bolivianidad que
no encuentra su lugar en el actual estado de cosas. Es una bolivianidad que no
entiende las contradicciones de este “proceso de cambio” ni la crisis de
existencialismo en que se debate la oposición política. Son gente simple y
sencilla que detesta escuchar a cantautores que le cantan a la Patria pero que aparecen en
la lista de los terratenientes del MAS, y que no entiende cómo es que hay
funcionarios públicos que llamándose “revolucionarios” se están volviendo ricos
gracias a la política. Vergüenza causan los poetas que ayer le escribían versos
a la verde naturaleza de nuestra heredad nacional pero que hoy, escondidos
detrás de una pega, guardan silencio sobre la maquinaria de depredación masista
que hoy amenaza al TIPNIS.
Esta Patria que amamos continúa
existiendo 187 años después con sus virtudes y sus defectos, los dramas
nacionales que cual ciclos siniestros se repiten año tras año, los triunfos y
las derrotas, la esperanza y la frustración, la fe y la incertidumbre, el orden
y el caos, la política y la vida real, etcétera.
Esta Patria que amamos cree en Dios y
se aferra a su única bandera que es la rojo, amarillo y verde. Esta Patria se
indigna ante doctrinas indigenistas que en nombre de la “descolonización” hoy
amenazan con aniquilar la libre determinación de las naciones indígenas (tal
cual hicieron los españoles 500 años atrás), destruyendo los parques
nacionales, llenándolos de cocales y de laboratorios de pasta base, aumentando las maldiciones sociales en las grandes ciudades.
De un plumazo se intenta borrar la
vieja República y se quiere establecer el Estado Plurinacional, pero ¿qué diferencia
hay? ¿Qué “proceso de cambio” es el que se quiere construir si lo único que se
difunde es el odio, la venganza, la violencia, el racismo y la persecución? Que
están llenando los municipios de estadios, coliseos, hospitales y otras moles
de cemento y fierro es muy cierto, y puede que hasta merezcan aplausos por eso,
pero ¿cuánta construcción del ser humano existe? ¿Acaso hemos de creer que
aquellos que hacen flamear la wiphala o los que juran con el puño izquierdo
extendido sean ciudadanos dignos, meritorios, creíbles, sinceros, honestos,
leales, altruistas, abnegados o, en una palabra, ejemplos de vida? ¿Acaso hemos
de decirles a nuestros hijos que imiten las malas prácticas de los intermediarios
de la política que hoy copan las instituciones del Estado?
No seremos enemigos de los ricos, pero
hay una parte de la bolivianidad que siente nostalgia por la República cuando los
pobres podíamos almorzar sopa y segundo con 6 bolivianos, no teníamos que
asarnos bajo el sol haciendo cola para comprar un kilo de azúcar o una garrafa
de gas y la plata alcanzaba para las cosas necesarias. Los ejércitos de vendedores
ambulantes que hoy invaden los mercados en las grandes urbes son los mismos que
había en la República
y el Estado Plurinacional no ha cambiado sus tristes historias, su imperiosa
necesidad de vender algo, cualquier cosa, para no morir de hambre, pues aunque
hubieran votado por el partido gobernante ellos simplemente no tienen cabida en
la nuevos círculos burgueses que como hongos van apareciendo en torno al trono
gobernante, como ocurrió siempre en tiempos pasados, ya que la burguesía
solamente cambia de color pero nunca pierde sus privilegios, mientras que la
plebe, el pueblo, nosotros, somos los que a la larga cargamos con las
tribulaciones de la Patria
amada.
Y ahora que dizque pretenden quedarse
“para siempre”, como parece ser en definitiva el plan que tenían, el futuro que
se nos pinta es más oscuro que nunca. Es como si nos acechara un jinete del
Apocalipsis montado sobre un caballo azul.
Dios salve a la Patria. Es lo único que
tenemos.
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