Dodecálogo del Periodista
El
periodista debe:
I. Decir lo que acontece, no lo que quisiera que aconteciese o lo
que imagina que aconteció.
II. Decir la verdad anteponiéndola a cualquier otra consideración y
recordando siempre que la mentira no es noticia y, aunque por tal fuere tomada,
no es rentable.
III. Ser tan objetivo como un espejo plano; la manipulación y aun la mera
visión especular y deliberadamente monstruosa de la imagen o la idea expresada
con la palabra cabe no más que a la literatura y jamás al periodismo.
IV. Callar antes que deformar; el periodismo no es ni el carnaval,
ni la cámara de los horrores, ni el museo de figuras de cera.
V. Ser independiente en su criterio y no entrar en el juego
político inmediato.
VI. Aspirar al entendimiento intelectual y no al presentimiento
visceral de los sucesos y las situaciones.
VII. Funcionar acorde con su empresa -quiere decirse con la línea
editorial- ya que un diario ha de ser una unidad de conducta y de expresión y
no una suma de parcialidades; en el supuesto de que la coincidencia de
criterios fuera insalvable, ha de buscar trabajo en otro lugar ya que ni la
traición (a sí mismo, fingiendo, o a la empresa, mintiendo), ni la
conspiración, ni la sublevación, ni el golpe de estado son armas admisibles. En
cualquier caso, recuérdese que para exponer toda la baraja de posibles puntos
de vista ya están las columnas y los artículos firmados. Y no quisiera seguir
adelante -dicho sea al margen de los mandamientos- sin expresar mi dolor por el
creciente olvido en el que, salvo excepciones de todos conocidas y por todos
celebradas, están cayendo los artículos literarios y de pensamiento no político
en el periodismo actual, español y no español.
VIII. Resistir toda suerte de presiones: morales, sociales,
religiosas, políticas, familiares, económicas, sindicales, etc., incluidas las
de la propia empresa. (Este mandamiento debe relacionarse y complementarse con
el anterior.)
IX. Recordar en todo momento que el periodista no es el eje de nada
sino el eco de todo.
X. Huir de la voz propia y escribir siempre con la máxima sencillez
y corrección posibles y un total respeto a la lengua.
XI. Conservar el más firme y honesto orgullo profesional a todo
trance y, manteniendo siempre los debidos respetos, no inclinarse ante nadie.
XII. No ensayar la delación, ni dar pábulo a la murmuración ni
ejercitar jamás la adulación: al delator se le paga con desprecio y con la
calderilla del fondo de reptiles; al murmurador se le acaba cayendo la lengua,
y al adulador se le premia con una cicatera y despectiva palmadita en la
espalda.
Camilo José Cela, mayo de 2001.
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